viernes, 29 de julio de 2011

Propuesta complementaria de nombre para la ES N° 37

PROPUESTA DE IMPOSICIÓN DE NOMBRE PARA LA ESCUELA SECUNDARIA Nº 37
Estrada 6602 – Mar del Plata

JORGE CEDRÓN

« Me llamo Jorge Cedrón, soy argentino, vivo de hacer cine. Me dicen Tigre porque parece que de chico yo era un poco rayado. Nací en Buenos Aires, el 25 de abril de 1942. Menos de vigilante, hice de todo »


   En concordancia con lo expuesto por la Dirección General de Cultura y Educación respecto del valor de la nominación de las instituciones educativas, que está directamente relacionado con la importancia de su identidad en relación con el arraigo simbólico, las identificaciones claras y el espíritu de pertenencia, propongo el nombre de Jorge Cedrón para la Escuela Secundaria Nº 37, porque reúne todas las virtudes enunciadas en la convocatoria:”… que el nombre elegido condense energías colectivas, sintetice ideas, inspire futuros de inclusión y vida comunitaria democrática. Deberá destacar la vida y obra de personas de reconocidas virtudes cívicas que, con la claridad y ejemplaridad de su accionar, permitieron un mejor desarrollo comunitario –en escala local, provincial, nacional, latinoamericana o de reconocimiento mundial; permite apreciar y honrar a las generaciones anteriores…”            
   Dichas virtudes se ven enriquecidas por tratarse de una persona que perteneció a esta comunidad educativa: fue alumno. Había nacido en Buenos Aires en 1943 y a los 7 años se radicó en Mar del Plata con su familia en una casa de la calle Caseros, en el Barrio El Grosellar. Él y sus cuatro hermanos hicieron la escolaridad primaria en la ESCUELA Nº 22, con la que compartimos el edificio y de la cual egresan nuestros alumnos.
   Jorge Cedrón perteneció a una familia que impregnó la vida marplatense en sus múltiples acciones artísticas, profesionales y políticas, dotándoles estéticas propias. Alberto, pintor (ya fallecido); el Tata, músico; Osvaldo, el Cholo, arquitecto (ya fallecido),  y Jorge el Tigre, cineasta, ambos mellizos; Billy, que es actor y pintor y vive en Francia, y Rosita, que es poeta.
   Teniendo en cuenta que la especialización de nuestra Escuela es Comunicación, resulta coherente que lleve el nombre de un cineasta que fue un comunicador potente a través de sus películas.
   Esta propuesta acompaña la iniciativa de la Escuela Primaria Nº 22 de modificar su nombre por el del Arq. Osvaldo Cedrón, hermano mellizo de Jorge, ex alumno también de dicha Escuela.
   Nos parece sumamente interesante promover en forma paralela estas nominaciones debido a que los chicos que transitan ambas escuelas son los mismos que, a medida que van creciendo, pasan para las aulas de atrás, donde funciona la Secundaria; de modo que vemos como muy positivo fortalecer la identidad institucional en torno a una cultura de saberes, intereses, valores y libertades, priorizando honrar a dos ex alumnos que a partir de su vida y de su obra nos dejaron un camino a seguir, una huella de compromiso, de lucha y de esperanza.

Palabras de Juan “Tata” Cedrón – Hermano de Jorge, músico

“Llegamos a la Escuela 22 en el año 1952 o 1953. Primero Osvaldo, Jorge y yo. Más tarde fueron también Roberto y Rosita. Cinco hermanos Cedrón. Tenía dos salas con la puerta al diome que daban a la calle y mirando de frente, a la izquierda, atrás, otra sala, ésta prefabricada, y el patio con el mástil y la campana. Era de color crema. Había una maestra que tenía primero inferior, segundo y tercero en una sala. Y el director Guiscardo que tenía cuarto, quinto y sexto. El director jugaba con nosotros a la pelota y a veces nos puteaba. También nos hacía recitar poemas: “mal curadas las heridas que ayer mismo recibiera en el tormento”. Una vez mandó un mensajito a una vecina por intermedio mío. Misterio. Yo era el mayor de la clase.
Nosotros llegábamos a pie, o en un petiso o en bicicleta. Cómo llegábamos tarde nos preguntaron por qué: y... dijimos,  tenemos que ordeñar la vaca, y la bicicleta tiene la cubierta podrida. Entonces un día junto a toda la clase nos hicieron pasar al frente a los tres con los ojos cerrados. Yo espiaba… y vi acercarse a una alumna. La García, creo. Y en sus manos hacia adelante había dos cubiertas nuevas. Habían hecho una vaca. Aún me hace lagrimear.
Los que teníamos vacas (¡Ja! Éramos ganaderos…) llevábamos leche y a la media mañana tomábamos leche caliente con cascarilla (cáscara de cacao). Éramos buenos alumnos. Yo en matemáticas, Osvaldo en todo, Jorgito más o menos. Éramos rebeldes. Sobre todo Osvaldo. Jorge se agarraba a tortazos. Una vez lo querían cascar a Osvaldo y Jorge lo agarró de la solapa al chico y le largó ¿por qué le pegás al pibito, ¿eh?” Y… tenían la  misma edad Jorge y Osvaldo… eran mellizos...
Hacía frío. Llegábamos con los pies mojados. Usábamos alpargatas. Éramos muy solidarios. Nos conocíamos entre nosotros.   Sabíamos de nuestras familias, de lo que no se dice.
No se olviden: cinco Cedrones fueron a esa escuela argentina. Para mí sería una alegría que recibiera el nombre de Jorge.
 
Fragmentos del libro: El cine quema: Jorge Cedrón de Fernando Peña

“Los Cedrón son muy buenos para contar cuentos. En general, las anécdotas tienen un origen real y un fondo de verdad que nadie cuestiona ni tampoco revindica, ya que los hechos se van adaptando a las circunstancias y al momento del relato, como una misma masa que puede servir para hacer distintos platos (¿por eso serán también excelentes cocineros?…).
Las fábulas son tan buenas, que nunca a nadie se le ocurrió replantear “lo verídico” de cada historia por temor a romper el hechizo. Y porque fundamentalmente lo que sostiene esta reinvención sistemática, es la convicción de que si así no hubieran sido los hechos ¡hubieran merecido serlo!
Pasan los años y vuelven las anécdotas con su abanico de adaptaciones, cada una, con la certeza de ser la más absoluta, la más redondita…Y de hecho, ¡lo es! Porque cada historia recibe del auditorio un voto de confianza de entrada y el arte reside en poder sostenerlo hasta el final.
Con el correr del tiempo, las leyendas se fueron cristalizando, formando así la esencia de la mitología familiar que a su vez es alimentada por cada nuevo relato, del cual gozamos con la misma intensidad de los niños cuando vuelven a escuchar un cuento en su milésima versión.”
LUCIA CEDRON
Buenos Aires, 16 de marzo 2003

Juan Carlos Tata Cedrón: En 1951 nos fuimos a Mar del Plata. La leyenda dice que estaba enamorado de otra mujer y que se fue para alejarse de ese amor y no abandonar a la familia. Años más tarde se enamoró de otra mujer y se volvió a casar. Pero bueno, esa primera vez prefirió trasladarnos a todos. 
En Mar del Plata siguió de mecánico, armaba coches, los arreglaba y nos enseñaba el oficio. Estábamos de aprendices suyos, siempre al lado de él.
Vivíamos en la calle Estrada, al borde de un parque, el Grosellar, que es una delicia, una belleza. Había tres casas pero sin revoque cuando vivíamos nosotros, tres casas en toda la manzana. Y después estaban los Equis, que se llamaban así porque no tenían nombre, la familia de los Equis. Un día vino un viento y la casita de los Equis se pasó de una esquina a la otra.
Mi viejo hizo lo más grande de su vida al irse al campo. Mar del Plata fue fundamental para Jorge y Osvaldo. Se hicieron amigos de un paisano que vivía atrás del arroyo, un hombre extraordinario que se llamaba Juan Bombín, y vivía con su mujer Anita y sus chicos. Los mellizos empezaron a ir ahí, a trabajar. A cuidar las vacas, ayudar a arar, a cosechar... El tipo fue el maestro de campo de los mellizos y los adoraba.
Mi viejo nos hizo una radio a galena. Yo escuché Troilo y Berón con eso. Tenía auriculares y nos los poníamos un poquito cada uno. No había luz, entonces mi viejo primero traía baterías de los talleres mecánicos y ponía focos de autos para alumbrar porque sólo teníamos una lámpara a kerosén, con mecha. Después compró un molinito de seis voltios, que con el viento cargaba la batería.
Con eso hay una historia hermosa. Don Juan Bombín tenía vacas. A Jorge y a Osvaldo les gustaban las vacas. Y había una que se llamaba Estrellita, una holando argentina negra y blanca. Un día Don Juan dijo: “Osvaldito, te cambio la vaca por el molinito”. Osvaldo tenía nueve o diez años. Vino a casa, sacó el molinito de arriba del techo -había que sacarle las riendas, destornillar, desconectar, era pesado-, se lo llevó a Don Bombín y se trajo la vaca. Y no le preguntó nada a mi viejo, porque entendió que el molinito era de la familia. Le dijo nomás: “Le cambié la vaca por el molinito”. Y mi viejo dijo: “Está muy bien, ahora vamos a tener leche”.
Con el tiempo, Estrellita tuvo un ternero, al que le pusimos Lucero. Un día lo agarró un vasco hijo de puta que había en el barrio, un vasco malo que se llamaba Arregui, y lo mató a palos. Y la vaca, sin ternero, no da leche. Así que carneamos a Lucero y le sacamos el cuero; Jorge se lo ponía encima, se metía debajo de Estrellita y le trompeaba la ubre para que diera leche. Es verídica la historia. Alberto hizo un dibujo con eso.
La cuestión es que pasó el tiempo y, cuando se vino la pesada, Osvaldo se tenía que esconder. Y pensó: “¿A dónde mierda puedo esconderme? En el lugar de mi niñez, ahí me van a cuidar” y se fue para Mar del Plata. El viejo Bombín no le preguntó nada, nada, nada. Lo recibió, lo bancó, le daba papas, gallinas, maíz... Lo adoraba a Osvaldo. Y un día le dijo: “Vení”, lo llevó del hombro a un galpón, agarró el molinito y se lo devolvió...
A Jorge le gustaban mucho los caballos. Domaba. Era un domador de la puta madre, se la pasaba domando los terneros, los agarraba al revés de la cola y salía a los corcovos. Y con los caballos igual. Era pibe, tenía diez años, se subía arriba de los potros y a galopar y galopar. Tuvieron galgos, iban a cazar. Osvaldo sigue yendo a cazar, porque tiene toda esa nostalgia Osvaldo, le falta el Jorge. Él lo protegió mucho. Fue el que lo quiso hacer estudiar y el que bancó para que hiciera el secundario. Osvaldo hizo el servicio militar porque dijo: “Lo hago yo y así mi hermano no lo hace”. Siempre lo cuidó mucho. Y Jorge era un tiro al aire, pero bien. Le gustaba mucho divertirse, salir. Teníamos petisos, ponys, que en el verano los alquilábamos a los turistas. Un día salía Osvaldo, otro día salía yo y otro día salía Jorge. Cuando salía Jorge nunca hacía plata, decía: “No había nadie, no había nadie” y el caballo estaba todo transpirado, porque se lo llevaba a correr carreras cuadreras.
Había una escuela de cerámica a la cual fuimos yo, Osvaldo y Alberto. Que yo sepa, Jorge no fue. Lo que pasa es que, como buen contador, lo que hice yo en la escuela de cerámica lo pudo contar Jorge como si fuera de él, porque nosotros compartíamos todo. Yo puedo contar lo de Jorge como si fuese mío.
Teníamos una fábrica de cerámica con Alberto y mi viejo y trabajaban los mellizos también, hacíamos lobos marinos durante el primer festival de Mar del Plata. Y un día se arruinaron todos porque se jodió el esmalte y empezó a saltar, escuchamos a la mañana clic, clic, clic... dos mil lobos marinos saltándoles el esmalte. En el taller donde laburaba mi viejo se hacían asados. Y venían bandoneonistas muy buenos; yo me acuerdo haber escuchado Mala yunta con un fuelle que hasta el día de hoy jamás lo volví a escuchar.
Cuando terminé el primario, mi viejo me dijo: “¿Qué querés hacer, trabajar o estudiar?” y le dije “Trabajar”. “Bueno, andá a trabajar”. Y no estudié porque yo lo decidí. Después estudié guitarra, música... A lo mejor hubiese sido mejor seguir una carrera pero a mi me pareció extraordinario en ese momento que mi viejo me diga eso. Me sigue pareciéndolo. Al noventa por ciento de la gente los viejos los mandaba a estudiar, y hoy dicen: "¿Por qué mierda habré estudiado esto? Porque me lo mandó mi papá”. Bueno, por lo menos yo me salvé de esa.
Esas cosas te marcan. Hace poco volví a Mar del Plata y estuve con Osvaldo y con todos los paisanos. Había uno que había sido compañero  del colegio y hablaba de una maestra, grandota, rubiona. Parece que a este pibe –que ya es un hombre que tiene sesenta años- la rubiona le dijo medio a los gritos: "¡Preparate porque el año que viene vos vas a venir al grado mío pero no pasás nunca más conmigo!" y entonces el tipo no fue más al colegio, del susto. Con esa mujer terminó el colegio de varias personas. Y ahí estaba este muchacho, hecho pomada por supuesto; no había estudiado nunca más.
Durante un año o dos Jorge trabajó en la tienda Los Gallegos. Pero también laburábamos en el campo cosechando, hacíamos la arveja, hacíamos el maíz, la papa. Y además íbamos al golf a llevar los palos. A Osvaldo le decían lince porque marcaba las pelotas, tenía una vista de la puta madre y llevaba dos bolsos. Jorge no, uno y a la rastra. Iba siempre atrás, tenía fiaca, tenía una fiaca terrible Jorge. Jugaba muy bien al fútbol, llegó a ser titular del seleccionado de Mar del Plata, con el Chiquito Casas. Jugaba muy bien al arco. Por eso, cuando merodeaba asaltos, bailes de adolescentes y fiestitas con las turistas, para hacerse dos apellidos se presentaba como “Jorge Cedrón Al Arco”.
Fue muy pollerudo, mujeriego Jorge, le gustaban las chicas. Como a todos. Tenía mucha pinta, una pinta terrible. Era muy lindo Jorge, muy elegante y jugaba con todo eso. Se parecía un poco a Alain Delon. Cuando daban las películas de Alain Delon se paraba a la puerta del cine en la salida y las minas caían todas como moscas.
Tenía una voz grave. Cantaba cuando era pibe. Tenía todos los pelos parados, Pelopincho le decíamos y cantaba esas cosas camperas de Gardel, cosas duras.
Después de Mar del Plata nos dispersamos un poco, yo me casé, empecé a estudiar la guitarra.... Mi vieja, mi viejo y Jorge se fueron a vivir a una casa en el kilómetro 26, cerca de Don Torcuato. La casa era de la familia de mi madre. Cuando ya éramos más mozos, Jorge se empezó a afirmar en Buenos Aires. En esa época vivíamos en un conventillo en La Boca, en la calle Olavarría.

Jorge Cedrón: El tigre feroz
Fragmento- Anabella Castro Avelleyra

“De chico parecía que iba a ser futbolista. También tenía madera para galán de telenovela. Él, en cambio, se decidió por la dirección. Conocido por haber llevado al cine Operación masacre, el libro de Rodolfo Walsh, Jorge Cedrón era un hombre que se movía con sagacidad entre el mundo del poder y el de la revolución, hasta que un turbio incidente en una comisaría francesa calló su voz para siempre.”

Fragmento de Cuarteto Cedrón, Tango y quimera de Antonia García Castro
“Los Cedrón son como el chocolate, siempre van en barra “. Porque esa frase de los amigos de la infancia resulto ser cierta, cuando muere uno de los hermanos Cedrón, a los otros les falta un pie, les falta una mano, les duele el corazón. Hay una historia que no se puede contar. No se puede contar cabalmente porque se desconocen episodios. Tampoco se puede silenciar. Esa historia afectó a mucha personas, entre ellas, también, a los miembros del Cuarteto. Se trata de la muerte de Jorge Cedrón ocurrida en París el 1° de junio de 1980.


SU OBRA

Retrospectiva de Jorge Cedrón en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires -22/04/2003 - 

Por primera vez en la Argentina, se proyecta una retrospectiva completa de su obra. Forzado al exilio en 1976, sus filmes se dispersaron por el mundo y nunca más volvieron a verse en Argentina.

El argentino Jorge Cedrón, exiliado en París allá por 1976, y que cuatro años más tarde encontró la muerte en circunstancias poco claras, es una figura clave del cine testimonial argentino.
Junto con Raymundo Gleyzer, Enrique Juárez y Pablo Szir, Cedrón es uno de los cuatro realizadores que encontraron la muerte a causa del terrorismo de Estado que se inició con la triple A y culminó durante la última dictadura. En el marco del V Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, se presenta en el Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), la primera retrospectiva completa de la obra de Jorge Cedrón, organizada por su hija Lucía Cedrón con la colaboración del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y la Filmoteca Buenos Aires.

La retrospectiva, incluye el reestreno en copia nueva de su filme "Operación Masacre", sobre la investigación periodística de Rodolfo Walsh, escrita en colaboración con el autor. "Operación masacre" fue rescatada en su último día de vida por Octavio Fabiano, que dedicó su vida a preservar, restaurar y exhibir películas. El libro "El cine quema: Jorge Cedrón", que se presentará durante la retrospectiva, es un ensayo de Fernando Peña que descubre al cineasta marginado y olvidado. Editado por el Museo del Cine, con el apoyo de la Universidad del Cine.;el libro está dedicado a Octavio Fabiano.

En la retrospectiva, también se verá la polémica "Resistir", un repaso de la historia política reciente desde la perspectiva de Montoneros, su ópera prima "El habilitado", protagonizada por Héctor Alterio, y su último filme, "Gotán", nunca antes exhibido en Argentina, interpretado por el Cuarteto Cedrón.
"Me llamo Jorge Cedrón, soy argentino, vivo de hacer cine. Me dicen Tigre porque parece que de chico yo era un poco rayado. Nací en Buenos Aires, el 25 de abril de 1942. Menos de vigilante, hice de todo", así se presenta el propio realizador en el ensayo que Peña hizo del director. Como una serie que nunca se propuso hacer y que se inició con "El cine quema, Raymundo Gleyzer", Peña (crítico, revisionista y uno de los fundadores de Aprocinain, Asociación de Apoyo al Patrimonio Audiovisual) se sintió obligado a disipar parte de un silencio que pesa sobre la vida y la obra de Cedrón y unirse a Lucía para dar luz -según el autor- a "una filmografía en la cual la necesidad de expresión personal se impone por sobre los rigores de la militancia, de las condiciones económicas, de las inhibiciones políticas".

En este mismo encuentro y como ocurrió un mes antes en el Festival de Toulouse (Francia), también se exhibirá el corto de Lucía "En ausencia", ganador del Oso de Plata en el Festival de Berlín, que habla, sin palabras, de las emociones. "Creo que de esta manera culminan muchos finales y muchos comienzos."

Hace un año que Lucía Cedrón volvió a Buenos Aires, no sólo para quedarse sino para saldar una cuenta pendiente, la de culminar un ciclo. Al frente de la retrospectiva y con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, la Filmoteca Buenos Aires y el Malba, Cedrón hija siente el orgullo de presentar el reestreno, en una nueva copia, de "Operación masacre", sobre la investigación de Rodolfo Walsh que su padre rodó en la clandestinidad; la polémica "Resistir", en la que repasa la historia argentina desde la perspectiva de Montoneros; su opera prima, "El habilitado", y su último filme, "Gotán", nunca antes exhibido en nuestro país, interpretado por el Cuarteto Cedrón.
Por Rodolfo walsh

En 1971, Jorge Cedrón decidió filmar "Operación Masacre". La filmación se realizó en las condiciones de clandestinidad que la dictadura de Lanusse impuso a la mayoría de las actividades políticas y artísticas...En la película Julio Troxler desempeña su propio papel. Al discutir el libro con él y Cedrón, llegamos a la conclusión de que el film no debía limitarse a los hechos allí narrados. Una militancia de casi 20 años autorizaba a Troxler a resumir la experiencia colectiva del peronismo en los años duros de la resistencia, la proscripción y la lucha armada. La película tiene pues un texto que no figura en el libro original. Lo incluyo en esta edición porque entiendo que completa el libro y le da su sentido último.

Rodolfo Walsh en el apéndice a la tercera edición de "Operación Masacre"
Las películas de Jorge Cedrón

"La vereda de enfrente" (Argentina, 1963)
Con Billy Cedrón, Raúl Gutiérrez, Violeta Cabas.
Duración: 15 min.

Un muchacho acompaña a otro a iniciarse con una prostituta de la Isla Maciel. "Si estás en la calle te llevan, si estás en un hotel te llevan, si tenés un macho te llevan... Yo no sé qué clase de putas quieren", reflexiona la chica. El sencillo planteo argumental del film es una excusa para realizar un ensayo descriptivo sobre ese "otro mundo" que está tan cerca de la Buenos Aires de apariencia europea. Formalmente el cortometraje está al borde del amateurismo, pero lo que dice y muestra tiene un valor raro, una especie de virginidad grosera y provocativa, un anticipo reo de la crudeza que caracterizó el resto de la obra de Cedrón.

"El otro oficio" (Argentina, 1967)
Con Héctor Alterio, Cacho Espíndola, Billy Cedrón. Copia en Betacam.
Duración: 30 min.

El filme narra una sencilla historia de claudicación cotidiana entre un grupo de obreros que buscan empleo. Cedrón no se limita a la simple exposición del problema, sino que busca además registrar sus causas y comprenderlas. Lo hace de una manera estilizada, por momentos casi expresionista, jugando con los tiempos del relato, el uso de la voz en off e inusuales ángulos de cámara. De paso, como en toda su filmografía, posa su mirada sobre zonas de la realidad que nadie había observado todavía.

"El habilitado" (Argentina, 1970)
Con Héctor Alterio, Carlos Antón, Billy Cedrón, Gladys Cicagno, Marta Gam, José María Gutiérrez, Ana María Picchio, Héctor Tealdi, Walter Vidarte.
Duración: 78 min.

Cinco empleados sumergidos en el sótano de una gran tienda marplatense se vinculan de manera grotesca entre sí, tratando cada uno de sentirse mejor que el otro gracias a ventajas miserables. El realizador no quiso hacer un filme realista ni autobiográfico, aunque la mayor parte del filme se basa en experiencias vividas por el propio Cedrón como empleado de la tienda Los Gallegos. Su objetivo fue, en cambio, lograr una obra de cruda poesía, basada en el contraste entre ciertos segmentos deliberadamente grotescos y otros de un ascetismo absoluto. Luego de su estreno, este film nunca más fue exhibido públicamente en Argentina. Se lo proyectará en una copia nueva de 35 mm, gracias a la colaboración del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.

"Por los senderos del Libertador" (Argentina, 1971) Locución: Héctor Alterio, Fernando Iglesias 'Tacholas', Gianni Lunadei, Luis Barrón.
Duración: 60 min.

Por sus abundantes ideas formales y la audacia de su propuesta (seguir la trayectoria europea de San Martín), muchos consideran que este atípico documental es el mejor filme de Jorge Cedrón. Se trata de una contracara formal e ideológica de "El santo de la espada" (Torre Nilsson, 1970). Por un lado, porque describe al prócer en términos decididamente revisionistas; por otro, porque las escenas de batalla fueron dibujadas por Alberto Cedrón tomando como punto de partida algunas imágenes fijas del filme de Nilsson, sin que éste lo supiera. Pero el realizador no se limitó a subvertir artísticamente el plan original de este filme por encargo: también utilizó el dinero que le pagaron para producir clandestinamente "Operación Masacre".

"Operación Masacre" (Argentina, 1972)
Con Julio Troxler, Walter Vidarte, Carlos Carella, Hugo Álvarez, José María Gutiérrez, Víctor Laplace, Norma Aleandro, Zulema Katz, Ana María Picchio.
Duración: 100 min.

Esta reconstrucción de los fusilamientos de José León Suárez, en la que el sobreviviente Julio Troxler hace de sí mismo, es uno de los filmes político-militantes más importantes de la historia del cine argentino. Fue también el primer largometraje no documental concebido, realizado y exhibido en la clandestinidad durante la última etapa de la dictadura de Lanusse. Cedrón escribió la adaptación en colaboración con Rodolfo Walsh, autor del libro que denunció los fusilamientos. El realizador logró rescatar los negativos de la destrucción al llevárselos al exilio, pero desde 1983 el filme no había podido verse en Argentina en buenas condiciones. Será exhibido en una copia nueva de 35 mm, gracias a la colaboración del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.

"Resistir" (Francia, 1978), de Julián Calinki (psd. de Jorge Cedrón).
Con Mario Firmenich.
Duración: 70 min.

Éste es un filme esquizofrénico. El punto de partida es una entrevista a Mario Firmenich en el exilio, filmada del modo más convencional que pueda imaginarse. Pero por otro lado es la historia política argentina del siglo XX, ilustrada con abundante y raro material de archivo y a través de la perspectiva, más cálida y sensible, de un militante anónimo imaginado por Cedrón y Juan Gelman, en la voz de éste. Ese personaje, que se mantiene siempre en off, ingresa al filme cuando llega el momento de narrar los bombardeos sobre la Plaza de Mayo de 1955 y sorprende al espectador no sólo porque contrasta con la distancia analítica del líder montonero, sino porque asume la primera persona al asegurar: "Yo estuve ahí".
Con ese sencillo recurso Cedrón proporciona al filme y a su perspectiva política una necesaria dimensión humana.
Dirección: Julián Calinki (psd. de Jorge Cedrón).
Libreto: Juan Gelman.
Música: Juan Carlos 'Tata' Cedrón.
Montaje: Rodolfo Wedeless, Carlo Schellino.
Producción: Jorge Cedrón. 16 mm color y byn
Contiene imágenes de "Operación Masacre".

"Gotán" (Francia, 1979)
Con el Cuarteto Cedrón (Carlos Carlsen, Tata Cedrón, Miguel Praino, César Stroscio), Paco Ibáñez, Pablo Cedrón.
Duración: 52 min.

Para Jorge Cedrón este filme fue un acto de afirmación nostálgica y artística. No se explicaba su realización pero aseguraba: "Era necesario hacerlo". El resultado, nunca visto públicamente en Argentina, es de una gozosa libertad creativa, un collage musical en el que la historia del tango y sus raíces se imbrican con la historia política argentina. Una callecita de Buenos Aires reconstruida en el teatro de Ariane Mnouchkine, un anciano europeo que sabe tocar las melodías para las que se diseñó el bandoneón pero que no conoce el tango, una reunión de amigos en el atelier de Antonio Seguí, la música del Cuarteto Cedrón, caballitos de madera y un indio desconcertado son algunos de los muchos elementos que el realizador combinó en esta obra singular y personalísima.


Lucas, sus amigos, Por Julio Cortázar

La mersa es grande y variada, pero vaya a saber por qué ahora se le ocurre pensar especialmente en los Cedrón, y pensar en los Cedrón significa una tal cantidad de cosas que no sabe por dónde empezar. La única ventaja para Lucas es que no conoce a todos los Cedrón, sino solamente a tres, pero andá a saber si al final es una ventaja. Tiene entendido que los hermanos se cifran en la modesta suma de seis o nueve, en todo caso él conoce a tres y agárrate Catalina que vamos a galopar.
Estos tres Cedrón consisten en el músico Tata (que en la partida de nacimiento se llama Juan, y de paso qué absurdo que estos documentos se llamen partida cuando son todo lo contrario), Jorge el cineasta y Alberto el pintor.
Tratarlos por separado ya es cosa seria, pero cuando les da por juntarse y te invitan a comer empanadas, entonces son propiamente la muerte en tres tomos.
Qué te cuento de la llegada, desde la calle se oye una especie de fragor en uno de los pisos altos, y si te cruzas con alguno de los vecinos parisienses les ves en la cara esa palidez cadavérica de quienes asisten a un fenómeno que sobrepasa todos los parámetros de esa gente estricta y amortiguada. Ninguna necesidad de averiguar en qué piso están los Cedrón, porque el ruido te guía por las escaleras hasta una de las puertas que parece menos puerta que las otras y además da la impresión de estar calentada al rojo por lo que pasa adentro, al punto que no conviene llamar muy seguido porque se te carbonizan los nudillos.
Claro que en general la puerta está entornada ya que los Cedrón entran y salen todo el tiempo y además para qué se va a cerrar una puerta cuando permite una ventilación tan buena con la escalera.
Lo que pasa al entrar vuelve imposible toda descripción coherente, porque apenas se franquea el umbral hay una nena que te sujeta por las rodillas y te llena la gabardina de saliva, y al mismo tiempo un pibe que estaba subido a la biblioteca del zaguán se te tira al pescuezo como un kamikaze, de modo que si tuviste la peregrina idea de allegarte con una botella de tintacho, el instantáneo resultado es un vistoso charco en la alfombra. Esto naturalmente no preocupa a nadie, porque en ese mismo momento aparecen desde diferentes habitaciones las mujeres de los Cedrón, y mientras una de ellas te desenreda los nenes de encima las otras absorben el malogrado borgoña con unos trapos que datan probablemente del tiempo de las cruzadas. Ya a todo esto Jorge te ha contado en detalle dos o tres novelas que tiene la intención de llevar a la pantalla, Alberto contiene a otros dos chicos armados de arco y flechas y lo que es peor dotados de singular puntería, y el Tata viene de la cocina con un delantal que conoció el blanco en sus orígenes y que lo envuelve majestuosamente de los sobacos para abajo, dándole una sorprendente semejanza con Marco Antonio o cualquiera de los tipos que vegetan en el Louvre o trabajan de estatuas en los parques. La gran noticia proclamada simultáneamente por diez o doce voces es que hay empanadas, en cuya confección intervienen la mujer del Tata y el Tata himself, pero cuya receta ha sido considerablemente mejorada por Alberto, quien opina que dejarlos al Tata y a su mujer solos en la cocina sólo puede conducir a la peor de las catástrofes. En cuanto a Jorge, que no por nada rehusa quedarse atrás en lo que venga, ya ha producido generosas cantidades de vino y todo el mundo, una vez resueltos estos preliminares tumultuosos, se instala en la cama, en el suelo o donde no haya un nene llorando o haciendo pis que viene a ser lo mismo desde alturas diferentes.
Una noche con los Cedrón y sus abnegadas señoras (pongo lo de abnegadas porque si yo fuera mujer y además mujer de uno de los Cedrón, hace rato que el cuchillo del pan habría puesto voluntario remate a mis sufrimientos, pero ellas no solamente no sufren sino que son todavía peores que los Cedrón, cosa que me regocija porque es bueno que alguien les remache el clavo de cuando en cuando, y ellas creo que se lo remachan todo el tiempo), una noche con los Cedrón es una especie de resumen sudamericano que explica y justifica
la estupefacta admiración con que los europeos asisten a su música, a su literatura, a su pintura y a su cine o teatro. Ahora que pienso en esto me acuerdo de algo que me contaron los Quilapayún, que son unos cronopios tan enloquecidos como los Cedrón pero todos músicos, lo que no se sabe si es mejor o peor. Durante una gira por Alemania (la del Este pero creo que da igual a los efectos del caso), los Quilas decidieron hacer un asado al aire libre y a la chilena, pero para sorpresa general descubrieron que en ese país no se puede armar un picnic en el bosque sin permiso de las autoridades. El permiso no fue difícil, hay que reconocerlo, y tan en serio se lo tomaron en la policía que a la hora de encender la fogata y disponer los animalitos en sus respectivos asadores, apareció un camión del cuerpo de bomberos, el cual cuerpo se diseminó en las adyacencias del bosque y se pasó cinco horas cuidando de que el fuego no fuera a propagarse a los venerables abetos wagnerianos y otros vegetales que abundan en los bosques teutónicos. Si mi memoria es fiel, varios de esos bomberos terminaron morfando como corresponde al prestigio del gremio, y ese día hubo una confraternización poco frecuente entre uniformados y civiles. Es cierto que el uniforme de los bomberos es el menos hijo de puta de todos los uniformes, y que el día en que con ayuda de millones de Quilapayún y de Cedrones mandemos a la basura todos los uniformes sudamericanos, sólo se salvarán los de los bomberos e incluso les inventaremos modelos más vistosos para que los muchachos estén contentos mientras sofocan incendios o salvan a pobres chicas ultrajadas que han decidido tirarse al río por falta de mejor cosa.
A todo esto las empanadas disminuyen con una velocidad digna de quienes se miran con odio feroz porque éste siete y el otro solamente cinco y en una de esas se acaba el ir y venir de fuentes y algún desgraciado propone un café como si eso fuera un alimento. Los que parecen siempre menos interesados son los nenes, cuyo número seguirá siendo un enigma para Lucas, pues apenas uno desaparece detrás de una cama o en el pasillo, otros dos irrumpen de un armario o resbalan por el tronco de un gomero hasta caer sentados en plena fuente de empanadas. Estos infantes fingen cierto desprecio por tan noble producto argentino, so pretexto de que sus respectivas madres ya los han nutrido precavidamente media hora antes, pero a juzgar por la forma en que desaparecen las empanadas hay que convencerse de que son un elemento importante en el metabolismo infantil, y que si Herodes estuviera ahí esa noche otro gallo nos cantara y Lucas en vez de doce empanadas hubiera podido comerse diecisiete, eso sí, con los intervalos necesarios para mandarse a bodega un par de litros de vino que como se sabe asienta la proteína.
Por encima, por debajo y entre las empanadas cunde un clamor de declaraciones, preguntas, protestas, carcajadas y muestras generales de alegría y cariño, que crean una atmósfera frente a la cual un consejo de guerra de los tehuelches o de los mapuches parecería el velorio de un profesor de derecho de la avenida Quintana. De cuando en cuando se escuchan golpes en el techo, en el piso y en las dos paredes medianeras, y casi siempre es el Tata (locatario del departamento) quien informa que se trata solamente de los vecinos, razón por la cual no hay que preocuparse en absoluto. Que ya sea la una de la mañana no constituye un índice agravante ni mucho menos, como tampoco que a las dos y media bajemos de a cuatro la escalera cantando que te abrás en las paradas /con cafishos milongueros. Ya ha habido tiempo suficiente para resolver la mayoría de los problemas del planeta, nos hemos puesto de acuerdo para jorobar a más de cuatro que se lo merecen y cómo, las libretitas se han llenado de teléfonos y direcciones y citas en cafés y otros departamentos, y mañana los Cedrón se van a dispersar porque Alberto se vuelve a Roma, el Tata sale con su cuarteto para cantar en Poitiers, y Jorge raja vaya a saber adonde pero siempre con el fotómetro en la mano y anda atájalo. No es inútil agregar que Lucas regresa a su casa con la sensación de que arriba de los hombros tiene una especie de zapallo
lleno de moscardones, Boeings 707 y varios solos superpuestos de Max Roach.
Pero qué le importa la resaca si abajo hay algo calentito que deben ser las empanadas, y entre abajo y arriba hay otra cosa todavía más calentita, un corazón que repite qué jodidos, qué jodidos, qué grandes jodidos, qué irreemplazables jodidos, puta que los parió.

               de Un tal Lucas- Julio Cortázar

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